El bushidō es el código de honor y disciplina de un samurái. Es su manual para la vida. Japón trasladó esto al futbol y la rigidez crónica de este código mantiene a raya el progreso del equipo. El miedo al fallo y la inflexibilidad sistemática del juego deteriora el filo de la punta de la katana: el número 9.
Por: Diego Valenzuela
Por una mezcla de factores biológicos (el japonés promedio no es ni alto, ni fornido), ideológicos (respeto muy alto al prójimo , intolerantes al fallo propio y ajeno), y organizacionales (priman el juego coral en equipo por sobre el individual) la teórica estrella del equipo, el delantero centro, brilla por su ausencia.
Esto perjudica al surgimiento de un goleador nato, pero desde la Asociación de Fútbol de Japón (AFJ) intentan sustituirlo con un juego asociativo total implementado desde las bases en la formación de los futbolistas. Esta sustitución aún no es perfecta, Japón no ha logrado pasar de octavos de final en un mundial… siguen lejos de completar su plan de 100 años para ser campeones del mundo. “No tenemos un buen «hacegoles». Los campeones del mundo siempre tienen al mejor «hacegoles»”, eso expresa Taka, un estudiante universitario en Kyoto con su inglés precario. Pero el fútbol no entiende barreras ni siquiera del lenguaje.

Gentileza: Kyoto Travel, guía oficial de turismo de la ciudad.
Desde la AFJ se desarrolló una idea nacional de juego implementada en todas las academias del país, esta busca que todos los prospectos jueguen bajo el mismo código. Que cada uno sea compatible con cualquiera, asegurando una buena química cuando lleguen a vestir la camiseta de los Blue Samurai.
El sistema del fútbol de Japón es tan perfecto que parece un manga; como el mítico “Supercampeones”. Los jóvenes de todo el país disputan un campeonato nacional organizado por la AFJ; no solo las inferiores de los clubes, sino también los colegios. El fútbol escolar (Sub-18) y los juveniles de los equipos de la J-League (1° división japonesa) compiten entre sí anualmente en la Premier League Príncipe Takamado.
Al igual que Oliver Atom y Steve Hyoga, los jóvenes más prometedores del país se conocen y se enfrentan en una competencia nacional desde los 15 años. Para cuando dan el paso a la J-League, están familiarizados no sólo con muchos de sus contemporáneos (sin importar de donde vengan) sino que todos juegan bajo el mismo bushidō.
Este “adoctrinamiento” de los jóvenes japoneses tiene una parte negativa: mata la creatividad e infra-explota la capacidad individual —no hay un 9 estrella, porque no permiten que se desarrolle—. Enzo Caszely, subgerente de fútbol formativo del Colo-Colo advierte que aunque el juego y el sistema te pueden llevar lejos, prescindir de lo inmaterial del talento y la individualidad es peligroso: “hay que jugar para aprender y no aprender para jugar”.
Enzo sostiene la tesis que de sobreexponerse a un código o manera especifica, los jugadores se vuelven excepcionales intérpretes de dicho código, pero, en un juego lleno de imprevistos (como el fútbol) necesitas tipos que sepan improvisar, que se atrevan a romper el bushidō.
Todo retorna a la ausencia de aquel que lo arriesga todo. Quien, por su ego, se percibe como el mejor. En un país lleno de samurais regidos por un código estricto, hace falta un ronin, que siga su propio camino.

